jueves, 21 de abril de 2016

EL PRINCIPITO. - Por G.A.R.

Soy el niño más afortunado del mundo. No lo digo por decir. Sino porque soy el único de mis amigos que vive en un castillo. Sí, has leído bien, en un castillo. En mi castillo siempre usamos velas cuando cae la noche. Mi Mamá dice que es mejor que la electricidad y en los castillos no se usa luz artificial. De camino al colegio vamos siempre andando porque no tenemos coche y no podemos permitirnos un caballo, a pesar de pertenecer a una dinastía importante, dice mi Papá. En mis aposentos siempre hay grietas y los días de lluvia mi Mamá tiene que colocar cubetas de forma estratégica para que no se encharque todo mi dormitorio. Las paredes no están pintadas. Es el ladrillo lo que reina en todo el hogar. Mis padres nunca comen conmigo. Dicen que al ser un príncipe debo de comer en soledad.

Soy el niño más afortunado del mundo. Soy hijo de unos Reyes importantes.

Al crecer me fui dando cuenta que aquel quinto sin ascensor a las afueras de la ciudad era de todo menos un castillo. Era una casa ocupada por mis padres porque el banco nos desahució. Aún puedo recordar al pasar por aquella casa el universo que mis padres crearon para no hacerme sentir mal.

Ahora vive otra familia de la que soy amigo y la visito siempre que puedo.

Bajo del coche y toco el claxon varias veces para que la más pequeña del castillo se asome.

- ¡Su carroza está lista princesa! - le grito antes de que baje para llevarle al colegio.


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